sábado, 6 de abril de 2013

II.

Enfilo la calle Arenal con prisa. Aprovecho que en este tramo apenas hay gente para cerrar los ojos y dejarme llevar por el longboard en el que estoy subida. Me duele la cabeza de la resaca de anoche. Debería haberme tomado un Ibuprofeno antes de haber salido de casa de Ricky. Hubiera cancelado la quedada si no fuera por la chica con la que estuve. ¿Cómo se llamaba? Creo que Tesa. ¿Vendrá de Teresa? Joder, no sale de mi cabeza. He soñado con ella y todo. Yo, que casi nunca recuerdo lo que sueño.

Ricky es mi mejor amigo; nuestras madres son mejores amigas de toda la vida, así que era de esperar. Sonrío al recordar su cara de asombro y el enorme abrazo que me dio anoche cuando me encontró en el local. Yo estaba todavía en las nubes tras la marcha de Tesa y me costó reconocerle. Al principio me asusté, pero su olor es inconfundible. Todavía usa una colonia de esas que ya están descatalogadas. Se compró por lo menos quince frascos cuando se enteró de que iban a sacarla del mercado.

Con la tontería, había perdido a mis amigas y no tenía ningún modo de contactarles porque mi iPhone se había quedado sin batería. Total, que me convenció para quedarme con él y sus colegas hasta el cierre, en lugar de llamar a un taxi. Luego recuerdo haber cargado el móvil en su casa, contestar a un par de conversaciones que tenía abiertas del WhatsApp... Y ya lo siguiente que recuerdo es el ensordecedor ruido de la alarma con el recordatorio de la quedada: Colors. Rojas. 17:00.

Abro los ojos al escuchar un grito ahogado y esquivo a una señora de unos sesenta años y a su viejo yorkshire. Remo con fuerza tres veces, ya casi he llegado. ¿Cuándo me puse yo esa alarma? Creo que me la puso ella cuando quedamos hace tres días, pero no estoy segura. Paso la Joy Eslava a toda velocidad y la reduzco justo antes de llegar al cruce con San Martín, los taxistas que circulan esa calle cruzan prácticamente sin mirar a pesar de que la Arenal es peatonal.

Al llegar al cruce con Hileras, bajo de la tabla y piso con fuerza el tail para poder cogerla con la mano sin necesidad de agacharme. Iba a buscar a Kiara, una de las relaciones públicas del Colors, con la vista, pero no ha hecho falta porque ella ya me ha encontrado. Está en frente de mí con su deslumbrante sonrisa y los flyers en la mano.

— Acabo de llevar a Rojas, le he dado a ella el flyer. ¿Te acompaño?
— No, gracias. Ya voy yo, rubia.
— Algún día me tenéis que enseñar a montar en eso, ¿eh?— Río con ganas, siempre está con lo mismo.
— El día que pierdas el miedo, ya sabes —, contesto mientras me dirijo al Colors.

El sitio es realmente acogedor. Rojas y yo lo descubrimos accidentalmente hace un par de meses mientras buscábamos una coctelería parecida que al final nunca encontramos porque nos quedamos prendadas del Colors. Son dos plantas y tiene un mobiliario bastante moderno. Lo que más me llama la atención siempre que entro es la cama que hay a mano izquierda donde puedes tumbarte mientras te tomas tu cóctel y fumas cachimba.

— ¡Deu! — Es la voz de Rojas, pero no veo su fogoso pelo por ningún lado.

Le llamamos Rojas por su pelo, no es su apellido. También por su ideología política, pero no viene al caso. ¿Dónde está? Alzo la vista y le encuentro agitando el brazo desinhibidamente con medio cuerpo por fuera de la valla de cristal que rodea el  segundo piso. Tiene la chaqueta negra de Adidas a medio quitar. Le saludo ligeramente con la cabeza y subo las escaleras que hay en el lateral derecho con la agilidad de quien ya lo ha hecho en múltiples ocasiones.

¿Qué tal le habrá ido en el cumpleaños de su madrastra? Anoche no pudo venir y tengo que ponerle al día. A ver, tengo que contarle que Alicia y Gonzalo han roto, lo de Ricky, el numerito con el musculitos de las patillas, lo de Tesa. Sí, lo de Tesa no se me puede olvidar. ¿Habré traído suelto?

Llego al segundo piso y me dirijo al sofá que está ocupando entero Rojas despreocupadamente. Ya tiene la cachimba en la mesa y veo que me ha pedido un Sex on the Beach, mi preferido. Ella, en cambio, tiene su mojito de melón entre las manos. Se levanta cuando me ve para darme un abrazo que casi me tira el long al suelo. Consigo zafarme y dejo la tabla encima de la suya, que ha dejado en el lateral del sofá. Más que sentarme a su lado, me dejo caer. La resaca me está matando así que cierro los ojos unos instantes.

— Eh, despierta, zorra. Cuéntamelo TO-DO —, dice con entusiasmo mientras me empieza a hacer cosquillas.

Abro los ojos y echo un vistazo a la planta para fichar a la gente. Es costumbre desde el día que empezamos a despotricar contra una imbécil a la que odiamos sin percatarnos de que estaba sentada justo detrás nuestra. Esta vez no tengo que preocuparme por mis espaldas, puesto que el sofá que ha elegido Rojas está contra la pared.

Hay un par de chicos que son habituales, igual que nosotras. También hay un grupo de guiris que parecen todos sacados de una revista del Corte Inglés. En frente hay varias chicas del rollo ocupando dos sofás enfrentados.

— ¿Has reconocido a alguien o qué? — Pregunta cuando le agarro con fuerza el antebrazo sin apartar la vista del grupo que bromea a unos diez metros de distancia. Bueno, del grupo no; de ella.
— Tesa —, siseo de forma prácticamente inaudible.

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